lunes, 4 de junio de 2018

Tether car, Spin dizzy or thimble drome: ese estratosférico hobby de los años remotos.















Erase una vez un tiempo en el que la mecánica había conquistado unos estándares tecnológicos revolucionarios: el motor de combustión y la aerodinámica. La imaginación humana no podía sino intentar emular a pequeña escala los logros de la industria como verdadera forma de apropiación y experimentación directa de la indescriptible emoción de dominar y crear poderosos artefactos técnicos. Seguro que muy pocos saben de lo que estoy hablando, pero lo desvelaré en breve. Caigamos entretanto en la fascinación de un arte del pasado, tal vez perdido o tal vez no.













Algunas películas han explotado con éxito la estética de la era del vapor, como Delicatessen, estilo que hoy se conoce como steam-punk o diesel-punk, también explotado con éxito en cómicas y viseojuegos. Por qué no, si alude a un sentimiento legítimo de amor por la obra bien hecha, en la que sus autores dejaron la impronta de sus manos, su vista y su imaginación, como si de obras de arte se tratase. No cotizan en el mercado del arte, que a su vez no deja de ser muy criticable. Pero son conservadas con mimo por los entendidos, que valoran la forma, el brillo, el sonido y el olor.

















Gasolina, rugido, olor, potencia, velocidad y hobby. Nadie arriesga su vida, y aún así todos disfrutan del evento. Bólidos en miniatura que alcanzan los 300km/h. Más aún sin rastro de electrónica, a lo sumo una bujía y un condensador. Carrocería fundida en alumnio, motor de explosión, escape libre y tracción directa. Una auténtica locura. Hoy en día los motores eléctricos brushless han superado claramente a los motores de explosión pero su sonido es lamentable, no echan humo ni huelen a nada.

En los tiempos en que el radio control no existía como hobby, los aviones eran de vuelo libre o de vuelo circular. Algunos decidieron usar coches en vez de aviones atados con cables al centro de un círculo. En otros casos había grandes pistas de madera con carriles elevados por los que se deslizaban estos coches con motor de explosión.

La competición nunca es un fin: es solo un medio de mantener a los aficionados en danza, lo que permite mantener el negocio en marcha. Sin embargo las competiciones pasan y surgen los aficionados que solo quieren disfrutar de la esencia de estas máquinas excepcionales. Su deliciosa obsolescencia, su belleza intemporal y su espíritu pionero les confieren un atractivo único, y esto sin hablar de la siempre viva emoción de ponerlos en marcha, aunque solo sea para escuchar su sonido.



















Metal, artesanía, termodinámica, combustión, química, pura alquimia. De donde procede su irresistible atractivo. Pertenecen a otro tiempo, preinformático, preelectrónico, predigital, y sin embargo altamente tecnológico. ¿Juguetes?¿antigüedades?¿capricho?¿fetiche de una secta? difícil decirlo, pero están ahí como tantas cosas para demostrar que la tecnología puede llegar a la altura del arte aunque los expertos aún no lo sepan. No importa, la verdad siempre se abre paso, es solo cuestión de tiempo y todo llega.


















Es de justicia reconocer aquí la obra de uno de los constructores de este tipo de obras, quizá los modelos más bellos, a saber Doug Parker. Basta con mirar este mercury años cincuenta para caer enamorado de sus creaciones.







Es una maqueta de metal en escala 1/18 de Jada toys, modificada y pulida, con motor de explosión glow, depósito de latón pulido y hasta le queda bien el pull-starter.

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