viernes, 7 de junio de 2013

La belleza del óxido



















Una de las características del arte es el inconformismo. El ir en contra de lo generalmente admitido, de crear perplejidad, o de no eludirla, con objeto de revelarnos la belleza de las cosas. La primera forma de huir de la banalidad de lo flamante, de lo nuevo, a estrenar, es la antigüedad, que valora la pátina del tiempo y la autenticidad de los materiales heridos por el tiempo. Además la antigüedad, el objeto antiguo,  revela una historia, un valor añadido de trayectoria auténtica. Las antigüedades más valoradas son aquellas que mejor conservan su estado original, creando así cierta contradicción sobre el valor del deterioro del tiempo ¿se trata solamente de modas o gustos de los coleccionistas?


















Como siempre la pátina, el óxido, es un recurso más, una técnica más que en manos del artista, como es el caso de Chillida, permite crear artificialmente la magia del paso del tiempo y de la creación telúrica, como elemento fundamental de energía y tensión de la obra de arte.























Tápies es otro artista que domina este recurso de manipular la materia para crear esas realidades terrosas, telúricas, heridas por misteriosos siniestros, tan lejanas a lo impoluto, flamante, brillante, pulido, a estrenar. La belleza de lo viejo, de lo oxidado, de lo corrupto, lo erosionado, de lo quemado y enterrado, aparece pujante en la obra de Tápies.























Esa decadencia de escombro de incendio, de terremoto o inundación, casi de vertedero, inunda igualmente la obra de Lucio Muñoz. No es la materia sino el uso que se hace de ella lo que genera la obra de arte. Y no son los materiales nobles, brillantes, pulidos los únicos que permiten crear belleza. Estos descomunales artistas nos han revelado desde hace tiempo la verdad de la belleza de la pátina.























Otro genio, en este caso de la arquitectura, Francisco Javier Sáenz de Oiza en su Banco de Bilbao madrileño, nos reveló la magia del óxido en la fachada de acero cor-ten de este edificio. Seguro que mucha gente ignora que su color marrón es fruto de la oxidación natural de su fachada. El saber popular, tan sobre-valorado a veces, desconoce que el óxido férrico se puede estabilizar de varias formas, deteniendo su avance, por lo que suele tener invariablemente un juicio negativo sobre el mismo. Sin embargo, el acero cor-ten, por ejemplo, detiene espontáneamente este proceso, convirtiéndose con el tiempo en un material estable a la intemperie. Además el progreso del óxido común puede detenerse mediante barnices incoloros mates o brillantes. De este modo es factible explotar el potencial expresivo de esta degeneración habitualmente denostada, incorrecta y socialmente marginada, iconoclasta y poderosamente atractiva como lo fue el rock and roll en sus inicios.

















En el campo de la automoción los conocidos como rat rods, vehículos modificados a partir de modelos antiguos, cuyo objetivo esencial es ser muy chulos (cool), hacen gala de sus carrocerías oxidadas, como signo de distinción y para presumir de ellas incluso delante de un Ferrari. Desgraciadamente estas bellezas no son legales en Europa, por lo que quedan relegadas a los grupos de fans de EE.UU. En cualquier caso es una reivindicación más de la innegable belleza del óxido.