En una época, la década de los '60, en la que el optimismo dominaba, en la que se hizo realidad el sueño espacial del viaje a la luna, se especulaba con la forma que tendrían los transportes y las casas del futuro. Se trataba de un mundo de ciencia ficción, donde los coches volarían y consecuentemente tendrían forma de avión. A esta imaginería, creada esencialmente dentro del ámbito de los ilustradores comerciales norteamericanos, le debería corresponder un escenario arquitectónico igualmente futurista.
No deja de ser chocante en una época como la actual, en la que los avances técnicos superan en algunos casos los ejemplos de la ciencia ficción de la era espacial, el pesimismo tecnológico nos embargue de tal manera que muchos vuelvan a soñar con el buen salvaje Russoniano, una vez más. Es cierto que la culpabilidad de estar destruyendo el planeta poco a poco nos carcome a todos como autores anónimos de catástrofes ambientales futuras. Y sin duda lo somos, si bien también podemos operar el cambio, empujando el carro de la innovación en una nueva arquitectura, tal vez más costosa pero más eficiente y reciclable, aprovechando las poderosas tecnologías actuales.
Crear la arquitectura del futuro no es solamente colocar horrendos paneles fotovoltaicos sobre una cubierta de teja. Tal vez es el momento de pensar en grande, liberarse de clichés formales y lanzarse a la aventura de descubrir cual es la esencia de esa nueva arquitectura, que aproveche unas tecnologías digitales en expansión, que ya han revolucionado la mecánica del automóvil y que en las casas todavía se reducen a la programación del riego o a la apertura y cierre de persianas motorizadas.
Tal vez debamos aprender la lección de estos fantásticos ilustradores y nos entreguemos optimistas a la terea de soñar una arquitectura diferente para la nueva era. Una arquitectura capaz de producir energía, capaz de exprimirla sin malgastarla, de almacenar agua potable, de responder activamente a los cambios de tiempo con patrones de mínimo consumo sin afectar al ocupante, de poner en marcha electrodomésticos inteligentes en horarios de mínimo impacto en el esquema energético general de la casa, de estar hechas de componentes reciclables, de ser ampliables y reconfiguarbles sin escombros, de ser desmontables y transportables, de causar mínimos impactos en el terreno. Todo ello sin caer en el recurso fácil de la fachada vegetal o del apilamiento de contenedores navales, logrando una arquitectura emocionante, diferente, interesante, que represente el mejor espíritu nuestro tiempo.
Aunque parezca una arquitectura únicamente dibujada, existen algunos ejemplos construidos que dan fe de su viabilidad técnica.
Es el caso del restaurante del aeropuerto de los Angeles, diseñado por Eddie Sotto o del Museo de Arte Contemporáneo de Niterói, de Oscar Niemeyer. Incluso la casa Fallingwater de Wright parece sacada de una de las ilustraciones de la época.
O incluso en Madrid, podemos apreciar una muestra de esta arquitectura visionaria con la antigua fábrica Martini & Rossi, proyectda en 1958 por Jaime de Ferrater Ramoneda y restaurada en 2001 por Carlos Ferrater.
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