Richard Buckminster Fuller formuló a Norman Foster la legendaria pregunta: ¿Cuánto pesa tu edificio?
Era la década de los '80 y la construcción ligera parecía ser una prioridad en la arquitectura de vanguardia. Por supuesto el edificio de Foster, a saber, el Sainsbury Centre of Visual Arts era muy ligero, tan ligero sobre rasante o más que un Boeing 747, por metro cúbico interior.
Sin embargo cuán interesante sería que alguien con semejante predicamento arquitectónico preguntase a un talento emergente cuánto consume su edificio. La respuesta no tendría seguramente desperdicio, no sabemos si por acertada o por disparatada. Para empezar, el cálculo no es ni mucho menos tan sencillo como obtener el peso de un edificio, entre otras cosas porque las energías no son algo aditivo como los kilogramos. Calorías, frigorías, kilovatios hora o julios, son a priori unidades de energía físicamente convertibles, pero dependiendo de la fuente, de su continuidad o discontinuidad, de su coste de amortización y de su facilidad de acumulación, no son a menudo cantidades que se puedan sumar o restar alegremente.
Un ejemplo ilustrativo de ello es la energía solar fotovoltaica, de gran disponibilidad en verano, pero escasa en invierno, con una cierta dificultad técnica de aprovechar ese excedente veraniego en invierno. He aquí un problema central en el debate energético del edificio: la (falta de) simultaneidad en la demanda. ¿Que quiere esto decir? pues muy sencillo, que en muchos casos es fácil producir energía cuando no se necesita y viceversa. Esto define un frente de investigación arquitectónica muy interesante: el comportamiento del edificio frente a las puntas de consumo y la falta de simultaneidad de la demanda.
El objetivo evidente es el edificio autosuficiente, o al menos, que produzca tanto como consuma, siempre y cuando la falta de simultaneidad permita que otros aprovechen los excedentes ocasionales. Para ello se deben dar tres condiciones: que el edifico consuma poco, que el edificio produzca y que se gestione lo mejor posible la simultaneidad de la demanda. La primera es el objetivo que antes se ha atendido por razones obvias. La segunda tropieza todavía con importantes escollos por la falta de integración de las instalaciones de producción en la arquitectura. Sin embargo la tercera pertenece al campo de lo hipotético, ya que su aplicación actual es poco menos que una quimera. Además cuando se plantea se suele hacer desde la base de la optimización de los sistemas actuales y no desde la óptica de un cambio radical de concepto, donde tal vez esta gestión de la simultaneidad sea el centro del debate.
Por ejemplo, pocos se interesan actualmente por sistemas de cerramiento activo que gobernados por un control automático optimicen el consumo o la producción del edificio. Existir, existen y aún podría haber más: vidrio con cámara de agua en circulación, persianas regulables, fotovoltaicas orientables. Estos sistemas activos convenientemente controlados y programados podrían actuar selectivamente para reducir o atender demandas pico en momentos de déficit en la producción. De este modo podrían producirse ahorros superiores al valor de la energía realmente suministrada por ellos, ya que es sabido que la climatización por bomba de calor puede arrojar rendimientos superiores a la unidad.
Otro campo poco explorado en la arquitectura aunque de creciente éxito en la industria es la energía geotérmica, que permite optimizar y multiplicar el rendimiento de las bombas de calor. De hecho la demanda energética mínima se deberá en esencia al transporte de energía térmica de un lugar a otro en vez de a producir efectivamente frío o calor.
Otro campo poco explorado en la arquitectura aunque de creciente éxito en la industria es la energía geotérmica, que permite optimizar y multiplicar el rendimiento de las bombas de calor. De hecho la demanda energética mínima se deberá en esencia al transporte de energía térmica de un lugar a otro en vez de a producir efectivamente frío o calor.
Las nuevas estrategias de eficiencia energética están desplazando el diseño pasivo, que si bien puede resultar eficiente durante la operación del edificio, podría no serlo tanto por la energía extra requerida para su construcción y posterior reciclaje, debido al exceso de espesores en cerramientos.
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